El camino aragonés.

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El Camino de Santiago. El camino aragonés. 


Mapa del camino de santiago


La vía tolosana penetraba en la península por el puerto de Aspe, según relata el códice calixtino, que también denomina summo portu a la actual división entre Francia y España, por la que discurría la calzada romana que unía el bearn francés con Zaragoza. Por esta vía caminaban hacia Compostela buena parte de los peregrinos centroeuropeos, franceses e italianos, así como los procedentes de oriente. De hecho, fue durante varios siglos paso predilecto de los romeros a Compostela, que elegían la hospitalidad de la ruta aragonesa a la inseguridad de Roncesvalles, donde los peregrinos eran frecuentemente asaltados y maltratados por los navarros. Con el tiempo, fue precisamente un rey de Navarra, Sancho el Mayor, quien se encargó de hacer desaparecer estos peligros y devolver el buen nombre a sus convecinos, que se habían ganado fama de rufianes entre los peregrinos. 




Por otra parte, la orden de Cluny, principal propagandista del fenómeno jacobeo, en su afán por favorecer las peregrinaciones a Santiago, que impulsó decididamente la ruta de Roncesvalles, por tratarse de un itinerario más corto y cómodo, como vena principal hacia Santiago, con lo cual la importancia de Somport decayó considerablemente a partir del siglo XIII. No obstante, la guía de aymeric picaud, decisiva para el impulso de la vía de Roncesvalles, reconoce la importancia de esta alternativa pirenaica y establece tres etapas entre somport  y puente la reina, punto de unión de los dos ramales del camino francés.

La vía tolosana comienza en Arles, adonde afluían los peregrinos de Provenza e Italia, principalmente. En Arles desembocaba otra vía no tan importante, que partiendo de la localidad alemana de Tréveris, seguía por Metz, toul, langres, Dijon, Cluny, Lyon, Vienne, valence y Aviñón. Desde Arles, el itinerario era el siguiente, saint guilles, Montpellier, castres, Toulouse, auch, sauveterre, lescar, oloron y somport. Dentro de este tramo francés, los peregrinos se detenían para efectuar una visita obligada al santuario de saint guilles, donde reposan los restos de san gil, uno de los santos más celebrados de la edad media, y que fundo una abadía en terrenos que el mismo santo dono en el siglo VII al rey visigodo wamba. Allí mismo, para albergar los restos del santo, los cluniacenses levantaron una catedral que pasa por ser uno de los templos más representativos del románico francés, y que, a lo largo del siglo XI, como centro de peregrinaciones internacionales, llegó a rivalizar con el templo de Santiago.


Como lugar de peregrinación, era todavía más importante la ciudad de Toulouse, que la iglesia había convertido en una de las mayores concentraciones de reliquieas del cristianismo. Entre la oferta de templos, los peregrinos jacobeos no podían dejar de visitar la iglesia de Saint Sernin, construida según Aymeric Picaud, sobre una abadía del siglo IV, para recibir el cuerpo de San Saturnino, primer obistpo de Toulouse, martirizado por los romanos.




De Borce a Jaca

Primera etapa del camino aragonés. 





SITUANDONOS A LOS PIES DE LOS PIRINEOS, antes de cruzar el Somport, la primera de las tres etapas establecidas por el autor del «Códice Calixtino» hasta unificar en Puente la Reina los dos brazos de la ruta, comienza en la localidad gala de Borce y concluye en Jaca, discurriendo, la segunda, hasta Monreal y la última entre esta localidad y Puente la Reina. 

 Última panorámica de Francia desde los Pirineos.


BORLE ES LA ULTIMA LOCALIDAD FRANCESA del Camino de Santiago, antes de cruzar los Pirineos, que todavía conserva el encanto de su origen medieval. La corporación muni-cipal de Borce, un pequeño pueblo de menos de un centenar de habitantes, asentado en las estribaciones del sistema pirenáico, acordó el pasado día 14 de febrero de 1992 reconstruir el viejo hospital de peregrinos que caracterizó


La nieve es frecuente en Somport por donde los peregrinos que siguen la Vía Tolosana entran en España.


a la localidad, en la que los romeros europeos y orientales que utilizaban esta vía meditaban en voz alta sobre lo que les aguardaba al otro lado de las montañas, mientras cogían aliento para afrontar la subida del Somport, a una altura de 1.631 metros, el denominado «sum-mus portus» del Camino Jacobeo. La reconstrucción de la hospedería de Borce tendrá que ser total, puesto que del viejo hospital de peregrinos apenas quedan vestigios, situados a la entrada del mismo pueblo, por cuya única calle principal discu-rre el Camino de Santiago.
La Ruta Jacobea cruza por delante de la vieja iglesia, rodeada de impresionantes mon-tañas que, desde el margen derecho del poblado, conforman un extenso parque nacional, cruzado por una interesantísima ruta forestal, que unicamente se puede recorrer a pie o a caballo, denominada «Route Forestal de Beronce». Desde Borce, la antigua Borcia medieval, los peregrinos enfilaban el margen izquierdo del rio Aspe hasta el poblado de Urdós, en el que se cierra el valle. La ruta sube hacia el pequeño pueblo de Forges d'Abel, prosigue por la floresta de Espenuca, atraviesa el río Aspe y se dirige hacia las denominadas rampas de Peiranea, antes de alcanzar la cumbre de Somport.


A este lado de los Pirineos 


UNA VEZ CORONADO EL SOMPORT, LOS PEREGRINOS  descendían hacia. Canfranc y Jaca, dejando atrás la Peña Collarada, gran parte del año coronada por la nieve. En Somport, la hospedería de Santa Cristina acogía al peregrino en medio de un paisaje difícil. La leyenda cuenta cómo dos caballeros, a la vista de las cruces que jalonaban las tumbas de peregrinos perdidos en la nieve o devorados por los lobos, decidieron fundar un monasterio sobre el lugar en el que se había posado una paloma que portaba en su pico una cruz de oro y a la que habían seguido incansablemente. El monasterio, que a su vez servía de hospedería, llegó a tener una enorme influen-cia sobre catorce iglesias francesas y sobre treinta aragonesas, dependientes todas ellas del priorato que extendía sus dominios hasta Hungría y Bohemia. 


Aymeric Picaud recoge en el «Códice Calix-tinus» un testimonio elocuente de la impor-tancia del centro hospitalario: «Tres columnas muy necesarias para sostener sus pobres ins-tituyó el Señor en este mundo, a saber, el hospital de Jerusalén, el hospital de Mont-Joux y el hospital de Santa Cristina, en el Somport... Son estos hospitales, puestos en sitios adecuados, lugares santos, templos de Dios, casas de recuperación para los necesitados, alivio para los enfermos, salvación de los muertos y auxilio para los vivos. En consecuencia, quien sea 'que haya levantado estos lugares sacrosantos, sin duda alguna, estará en posesión del reino de Dios». 

Aunque el origen del hospital no está demasiado claro, situándose a comienzos del actual milenio, de la mano de Gastón IV, existe abundante documentación sobre su actividad, que alcanzó gran esplendor entre los siglos XI y XIII, y se prolonga hasta el siglo XVI. De su priorato llegaron a depender nada menos que 14 iglesias en Francia y 30 en Aragón. Durante las guerras de religión, entre hugonotes y católicos, el hospital quedó desierto y la comunidad se refugió en Jaca. En la actualidad sólo quedan de él unas leves ruinas. 

Somport se ha convertido con los años en un importante centro turístico, hasta el punto que en sus altas cumbres, por encima de los 1.500 metros, han proliferado los hoteles de lujo, al mismo tiempo que la nieve, antaño traidora enemiga de los peregrinos, se ha convertido en una floreciente industria turís-tica. En Somport quedan los restos de uno de los ferrocarriles más costosos de la historia, a causa del enorme esfuerzo que supuso la construcción, en 1928, del tunel internacional de más de ocho kilómetros de longitud que atraviesa la base de los Pirineos y que tiene en Canfranc su entrada española. Tras casi cincuenta años de funcionamiento, el paso del ferrocarril quedó definitivamente inte-rrumpido en 1970, a consecuencia de un derrumbe ocurrido en la parte francesa. A pesar de que los lugareños confían en recu-perar el ferrocarril, el desinterés del Gobierno galo llevó al cierre de la línea, cuya infraes-tuctura se contempla como una reliquia al mismo borde del camino de la peregrinación. 

Los peregrinos descendían de Somport siguiendo el curso del río Aragón por la cal-zada romana que unía Burdeos con Zaragoza y, pasando por la actual estación de montaña de Candanchú, llegaban a Canfranc_ donde podían alojarse en un pequeño hospital de peregrinos, posiblemente situado junto a la rústica iglesia románica del siglo XII que hoy se conserva. Precisamente las obras llevadas a cabo para levantar el poblado turístico de Candanchú han cegado en parte el primitivo camino. 

Candanchú es una de las más antiguas y señoriales estaciones de esquí del Pirineo Central, con una superficie practicable de más de 400 hectáreas, con 23 pistas, 5 telesillas, y 19 telesquís, en las que se puede practicar esquí alpino y de fondo. 

Canfranc, el antiguo «Campus francus», delata en su topónimo el origen jacobeo de la pequeña población que, aún actualmente, fuera de la temporada turística, no supera los cincuenta habitantes. El fuego forma parte de la historia trágica de una población que fue arrasada por las llamas en dos ocasiones. Primero, en 1617, y, más recientemente, en 1944, año en que fue rehecho casi todo el poblado que, por esta causa, carece de cons-trucciones antiguas. Arañones, mismo a la entrada del pueblo, es el primer barrio de la localidad. A la derecha, según se baja, se dis-tingue en lo alto el castillo de Felipe II, obra de Spanochi, en la última década del siglo XVI, para defender el acceso a Aragón y pro-teger la ruta jacobea. 

La evocación santiaguista está presente, de todas formas, cien metros más allá de la ter-minación del pueblo, en las proximidades del cementerio, donde se divisa el denominado Puente de los Peregrinos, paso obligado para los caminantes que quieran seguir la vieja ruta de peregrinación a Compostela: Itinerario que en este punto se aparta de la actual carretera, efectuando casi cuatro kilómetros de recorrido sobre el primitivo trazado del Camino de Santiago que sigue el margen izquierdo del río Astún, hasta Villanúa, aprovechando la relativa comodidad de la pendiente que favo-rece la bajada de los peregrinos hasta Jaca.


Puente medieval en torno al Camino.

Villanúa, o «Villa nova», se divisa nada más cruzado el puente medieval, donde el viejo camino jacobeo se une a la actual carretera. El río separa las dos partes de la población, dejando a su mano izquierda el núcleo antiguo, mientras los modernos chalets y los pequeños hoteles, que han incrementado notablemente la población, se sitúan en las proximidades de la carretera. Desde este punto, no queda más remedio que avanzar sobre el asfalto durante, al menos, siete kiló-metros en los que la constante pérdida de altura y la elevación de la temperatura per-mite la proliferación de nuevos vegetales. A los dos kilómetros, aproximadamente, llegamos a la sencilla iglesia románica de Aruej, dotada de ábside semicircular, sin bóveda interior y con una portada sin la más mínima pretenciosidad. Los cada vez más frecuentes prados y campos nos aproximan a Castiello de Jaca. El Camino se aparta de la carretera general y nos lleva, pasado el kilómetro 171, hacia Castiello de Jaca. Es preciso para ello coger el viejo camino que nace en la misma confluen-cia entre la carretera nacional y la desviación hacia San Adrián y Aratores. Dos kilómetros más adelante, por un camino no demasiado cómodo, nos encontramos con los vestigios de un antiguo castillo que da nombre al pue
blo. La población se articula en torno a las ruinas, en las que también destaca un antiguo templo románico, profundamente transfor-mado en el siglo XVI. Fueron famosas las reli-quias autentificadas que se guardaban en un valioso cofre ubicado eri el interior del tem-plo. Actualmente, la presión turística ha hecho mella en el poblado, hasta el punto de que una urbanización amenaza su conjunto artístico.

Desde lo alto del castillo, el Camino inicia una rápida pendiente, cruza la carretera general y el río, siguiendo a la izquierda, junto a las ruinas de la ermita de Santa Juliana, por el barranco de Garcipollera, hasta la localidad de Torrijos, donde nuevamente se une con el actual trazado de la carretera. Aquí el pano-rama se ensancha, dominando el horizonte la impresionante mole de la Peña Oroel, a cuyo pie se asienta la ciudad de Jaca. En las proxi-midades de Jaca, el Camino abandona la carretera, dejando a mano derecha la ermita de San Cristobal: Un pequeño santuario de corte medieval, cuidado por un clérigo, el denominado «frate» de San Cristobal.

En los lindes de la ciudad de Jaca, un viejo capitel románico es el único recuerdo de la existencia del Hospital de la Salud, una insti-tución creada para dar cuidado a los leprosos, puesto que ni siquiera los peregrinos escapa-ban a esta enfermedad endémica en la Edad Media.


Jaca

JACA CONSERVA GRAN PARTE DE SU VIEJO ENCANTO como tradicional enclave jacobeo, aunque hoy es una moderna y activa ciudad, de algo más de 10.000 habitantes, volcada hacia la actividad turística y, especialmente, a los deportes de invierno. Capital de la comarca natural de la Jacetania, su nombre proviene de «Iaccetani», denominación de las tribus que habitaban estas tierras antes de la llegada de los romanos que la bautizaron como «Iacca». De los árabes, recibió el nombre de «Ghakat», hasta que fue reconquistada en el siglo VIII y, en el siglo XI, fue elegida como capital del Reino de Aragón por Ramiro I, conservando esta categoría hasta la reconquista de Huesca, en el año 1096.

La por entonces capital aragonesa se vio beneficiada, igualmente, por el paso de la Vía Tolosana, obteniendo diversos privilegios para la atención de los peregrinos, cuyo cons-tante paso hacia Compostela dinamizó su carácter comercial. En Jaca confluía, además de la Vía Tolosana, un camino menos fre-cuentado, que, viniendo del hospital de Gabas, cruzaba el Pirineo por el Portalet y bajaba por el valle del Tena, doblaba a la derecha en Sabiñánigo y seguía la Val Ancha por Orante. Durante el floreciente período medieval, Jaca contó con una notable comu-nidad judía y una importante casa de acuña-ción de moneda, o «cecca», que acuñó los denominados «sueldos jaqueses» que estuvie-ron en circulación durante siglos.

El caminante que llega hoy a Jaca ya no percibe la existencia de las grandes murallas que, a lo largo de la Edad Media, protegieron el burgo aragonés contra todo tipo de ata-ques, pero que siempre abría sus puertas al peregrino. Actualmente no quedan más que leves minas de aquel impresionante cinturón de piedra y la ciudad se presenta más acoge-dora que nunca al visitante, sobre todo si porta en su vestimenta los elementos distinti-vos de su peregrinación a Santiago.

La catedral de San Pedro de Jaca, impulsada por Ramiro I en la primera mitad del siglo XI, es el monumento más destacable de la ciudad y está considerado como la cuna del románico español. Dispone de tres naves con ábsides, de acuerdo con el más genuino románico. Las dos laterales tienen bóveda de cañón y la central de crucería. Destaca por su antigüedad y belleza el tímpano de la por-tada, decorado por un crismón entre dos ani-males fantásticos. Los capiteles del interior del templo exhiben una espléndida iconografía, con figuras danzantes, animales diversos y escenas de la Biblia, atribuidas a un escultor italiano, popularmente conocido como «el maestro de las serpientes», debido a la proli-feración de capiteles en los que se represen-tan a ofidios atormentando a los pecadores. Son asimismo muy bellas las cornisas sobre ménsulas de los ábsides.

El historiador Gómez Moreno no regatea esfuerzos a la hora de valorar la originalidad del templo: «Estamos —dice— ante un edificio grande y perfectamente románico; más avan, zado que el de San Isidoro de León, y sobre influjos diversos de los que venían actuando en Cataluña, y aun en el país mismo. Culminando sobre todo ello, la Seo de Jaca se llevó tras de sí el impulso artístico de las regiones occidentales españolas, cuyo romanicismo procede, en cuanto a bases constructivas y decoración, de Jaca. Aun fuera de aquí no se sabe de otro edificio coetáneo que pueda competir con éste en avances arquitectónicos y, sobre todo, escultóricos».

Cuenta el templo con una docena de capi-llas de distintas épocas y estilos, entre las que destacan la de San Miguel, de estilo plateres-co, la de Santa Ana —con un bello retablo del XVI—, y la de la Trinidad, renacentista —con un hermoso retablo de alabastro—. El peregrino puede pararse a admirar una buena pintura románica, de los siglos XI al XIII, así como retablos e imágenes, en el Museo Diocesano, ubicado en el claustro de la misma catedral. En Jaca existieron, al menos, tres institu-ciones hospitalarias al servicio de los peregri-nos: San Pedro y Santa Osoria, Sancto Spiritus y San Juan Bautista. Es interesante la visita al monasterio de las Benedictinas, en cuya igle-sia de San Ginés y San Salvador se encuen-tran los restos de una preciosa cripta romá-nica, una portada de este mismo estilo, así como el sarcófago de doña Sancha, hija de Ramiro I, igualmente románico, en el que aparece el alma de la difunta sostenida por dos ángeles.

La Casa del Ayuntamiento, situada en plena Calle Mayor, tiene en su fachada la mejor muestra del plateresco aragonés y guarda en su interior el Libro de la Cadena, que consti-tuye la memoria histórica del Reino de Ara-gón. En el mismo lugar ocupado por el Pala-cio Real se levanta la Torre de la Cárcel, cons-truida a mediados del siglo XV y que actualmente es sede de la Comunidad de Trabajos de los Pirineos.

La ciudad pirenaica, dada su posición estratégica, pese a haber perdido las murallas, conserva casi intacta una fortaleza inexpugna-ble, denominada La Ciudadela, construida en tiempos de Felipe II y cuya nota más original es su planta pentagonal, rodeada de un amplio foso y con un patio de armas central.







FORMACION HISTORICA DEl CAMINO DE SANTIAGO
Lo más probable es que el Emperador Carlomagno nunca hubiera tenido conocimiento del descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago en un extremo de la Península Ibérica, siendo casi seguro que el acontecimiento es posterior a la muerte del emperador, acontecida en la segunda década del siglo IX. De todas formas, la leyenda de Carlomagno atribuye al gran emperador la liberación del Camino de Santiago y el trazado mismo de la ruta que, a través de la lirica medieval, la tradición oral y escrita, ha quedado impregnada del espíritu carolingio. En realidad no existe constancia del itineario seguido por los primeros peregrinos a Compostela, una riada humana que, al menos en lo que a testimonio escrito se refiere, fue iniciada en el siglo IX por el obispo Gotescalco de Puy. El obispo francés llegó a Santiago acompañado por un puñado de fieles, pero aunque sabemos que se detuvo en el monasterio de Abelda, en la orilla del Iregua, desconocemos el itinerario seguido hasta el fin de su peregrinación. Hasta principios del siglo XII, no existen documentos que aclaren la formación de la ruta. La Crónica Siliense, redactada hacia el año 1110, es el primer testimonio aclaratorio al respecto cuando, aludiendo a Sancho el Mayor, en traducción del profesor Gómez Moreno, dice que ,,desde los Pirineos hasta el castillo de Nájera, sacando de la potestad de los paganos cuanto de tierra se contiene dentro 'hizo correr sin retroceso el Camino de Santiago, que los peregrinos torcían desviándose por Alava». Testimonios parecidos se repiten a partir de esta época en documentos como las Genealogías Najerenses, la Crónica Najerense, en el Tudense, y en la «Traslación de las reliquias de San Millán», escrita por el monje Fernando. Manejando todos estos documentos, el historiador José María Lacarra afirma que «antes de Sancho el Mayor los peregrinos desviaban su camino por las sendas de Alava, por temor a los moros, y que éste, habiendo arrancado de manos de los paganos el terreno comprendido entre los Pirineos y Nájera, hizo correr libremente el camino sin el inconveniente de un retroceso». Otro estudioso de la Ruta Jacobea, Rodrigo Jiménez de Rada, va más allá cuando dice que ‹Sancho el Mayor llevó desde Nájera por Bibriesca y Amaya y por los límites de Carrión, hasta León y Astorga, el camino que por causa de las algaradas de los árabes seguían antes los peregrinos por Alava y por las sendas extraviadas de las Asturias... Menéndez Pidal se inclina, igualmente, por la existencia de un primer itinerario de la peregrinación por la costa, afirmando que »primitivamente este



estacion de canfranc


La estación de ferrocarril de Canfranc. sin viajeros hacia Francia desde los años 70.

camino de Santiago o francés pasaba por Alava y Asturias, para ir más a cubierto de las incursiones de los musulmanes; pero a principios del siglo XI el Rey Sancho el Mayor lo mudó por Nájera a Briviesca, Amaya y Carrión, aprovechando una antigua vía romana». Lacarra _sin duda el principal investigador del tema_ disiente profundamente de esta teoría, asegurando que todavía en el siglo XII las regiones del norte tenían fama de estar habitadas por «gentes salvajes.> y además «por la costa no había ningún camino fácil, cortada como estaba por las profundas entradas que hace el mar en las numerosas rías«, citando testimonios escalofriantes de los peligros de la vía del Norte, como el del obispo de Porto, en el año 1120, obligado a hacer esta ruta escapando a las asechanzas que le tenía preparadas el rey de Aragón. Dejando a un lado las lagunas históricas sobre la formación del camino, lo que sí está claro es que el siglo XI es el de la fijación de la ruta jacobea y que, después del reinado de Sancho el Mayor, los monarcas se preocupan de establecer hospitales, especialmente en los pasos peligrosos, de edificar puentes y construir calzadas, de promover la creación de núcleos urbanos en el camino y de asegurar el tránsito pacífico de los peregrinos a Compostela. La Iglesia y la Nobleza jugarán un papel fundamental en esta misión.


Castillo de Felipe II, en Canfranc, construido en el siglo XVI para proteger la ruta jacobea y defender el acceso a Aragón.


REYES PROTECTORES 
 
En pocas décadas se construye una importantísima infraestructura de apoyo al peregrino, propiciada por la realeza. El mayor esfuerzo del siglo XI corresponde, sin embargo, a dos monarcas: Alfonso VI, en Castilla y León, y Sancho Ramírez, en Navarra Aragón. Especialmente a Alfonso VI, el monarca europeizante —en palabras de Lacarra— a quien tantas iniciativas felices se deben en orden al remozamiento cultural de su reino», se deben la mayor parte de las medidas de protección al peregrino y mejora de la ruta, siempre con la estrecha colaboración de los monjes de Cluny, principales propagandístas de la nueva ruta. La primera medida que adoptó al volver de su destierro en Toledo, en el año 1072, fue la supresión, entre otros muchos, del portazgo que debía pagarse a la entrada del reino de Galicia, en Santa María de Autares. Deseaba hacer, según dice, algo en beneficio de su alma y en provecho de los demás pueblos, no ya de España sino de Italia, Francia y Alemania. El monarca funda hospitales en O Cebreiro, en el Monte Trago, en Burgos... Protege la labor de construcción de puentes y caminos iniciada por San Domingo de la Calzada, se ocupó personalmente de
repoblar los puntos estratégicos de la ruta con elementos franceses, dando lugar al nacimiento de Logroño (1095), primera ciudad del reino que pisaban los peregrinos; lo mismo hizo en Sahagún y Villafranca del Bierzo. En Navarra y Aragón, Sancho Ramírez, casado igualmente con una francesa como Alfonso VI, lleva a cabo una labor muy semejante que va desde la introducción de nuevos gustos y la renovación de las artes, hasta favorecer las alberguerías catedralicias de Jaca (1084) y Pamplona (1087); da a la abadía francesa de Santa Fe de Conques la iglesia de Garitoain, en el Camino de Santiago, y a la de Sauve Majeure, cerca de Burdeos, las iglesias de Tiermas y Ruesta, también en la ruta jacobea, y todas ellas con sus hospitales o alberguerías. Al mismo tiempo, impulsa la creación de la ciudad de Estella, sobre la antigua aldea de Lizarra, para beneficio de los peregrinos, suprimiendo el pago de tasas a los romeros que atravesaban su reino por Jaca y por Pamplona: «de romeuo non prendant ullam causam», como dice la crónica. «Así, pues, en los últimos años de la undécima centuria —concluye el historiador José María Lacarra— una ruta de Santiago está perfectamente trazada y asegurada, y es la misma que con ligerísimas alteraciones han de recorrer los peregrinos por espacio de varios siglos»



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