El camino aragonés II. De Jaca a Monreal

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De Jaca a Monreal

De Jaca a Monreal, camino de Santiago aragonés.

Segunda etapa de la vía tolosana.




ABANDONAMOS JACA PARA INICIAR LA QUE, PARA los peregrinos que elijan la Vía Tolosana, será la segunda etapa del Camino de Santiago en tierras ibéricas. Una etapa dura en distancia, con un recorrido total de 97 kilómetros, entre Jaca y Monreal, que la convierten en la más larga de la peregrinación, aunque, en gran párte, aliviada por el sentido descendente de la marcha.
Una etapa, sin embargo, que muy pocos eran capaces de efectuar en una sola jornada, ni siquiera a lomos de las mejores caballerías. En las proximidades de" Jaca, aunque algo desviado del camino jacobeo, se encuentra el monasterio de San Juan de la Peña, cons-truido entre árduas montañas por los cluniacenses y desde el que se divisa un extraordinario paisaje que merece la pena deternerse a contemplar. Muy cerca de este lugar está Santa Cruz de Serós, vetusto convento demonjas levantado en un desfiladero. Aunque no figuren en la Ruta Jacobea, por su proximidad, se hace indispensable efectuar una pequeña escapada con el objeto de visitar ambos monumentos que encierran toda la grandeza del reino de Aragón.

El caminante abandonará Jaca siguiendo la carretera de Huesca hasta el kilómetro 27, desde donde, a mano izquierda, parte una carretera que nos lleva directamente hasta los dos citados monumentos. Santa Cruz de Serós conserva un magnifico templo románico, con tres bellos ábsides, torre y cúpula octogonal, que se levanta mismo a los pies del monte de San Juan de la Peña, siendo el más antiguo cenobio de monjas de Aragón. Fue fundado por Sancho Garcés II de Navarra y su esposa soria Urraca en el año 992, por lo que celebra este año su primer milenio. De hecho la palabra Serós es una corrupción del «sorores» o hermanas. Fue el sitio elegido como lugar de enterramiento por las tres hijas del rey Ramiro I, doña Urraca, Teresa y Sancha.

La iglesia, uno de los pocos elementos que se conserva del cenobio, data del siglo XI y su construcción está directamente inspirada en la catedral de Jaca. Su planta es de cruz latina, disponiendo de una sola nave y crucero cubierto con bóvedas sobre trompas. Sobre el tímpano de la portada románica, decorada en las arquivoltas con bolas, figura el crismón, amparado por dos leones, recordando el conjunto a la fachada sur de la catedral jacense.

El camino asciende hacia la montaña, en la que continúa predominando la vegetación alpina y las flores silvestres, a una altitud superior a los mil metros, 'desde la que se divisan cumbres cubiertas por la nieve gran parte del año. El monasterio de San Juan de la Peña, sin duda el más importante de Ara-gón, está cobijado bajo una gran roca, que acrecienta el carácter legendario de su fundación. Es asombroso que en un lugar tan inac-cesible y difícil pudiese albergarse uno de los cenobios más importantes, del que apenas se conserva una mínima parte, tras una profunda obra de restauración y consolidación. En otros tiempos existieron celdas para todos los monjes, dos casas para el abad, casas para los huéspedes, archivos, bibliotecas, hospital y un jardin con una fuente, que todavía se con-serva. Hubo incluso una imprenta, regida por un impresor de Huesca, llamado Juan Nogués, que, hacia el año 1652, imprimió en el monasterio la obra escrita por su abad que se titula ‹<Patrocinio de Angeles y Combate de Demonios...».

En este paraje de leyenda, a la puerta misma del monumento, así nos contaron a nosotros la historia de su fundación: «Cuenta la tradición que un joven noble mozárabe, lla-mado Boto, se dedicaba a la caza de ciervos en estos parajes. De pronto, divisó un her-moso ejemplar, de arrogante silueta. Persi-guiéndole con su caballo, vio cómo el ciervo se despeñaba por un abismo. A punto estuvo de correr el mismo riesgo el joven, pero encomendándose a San Juan, pudo frenar a su caballo al borde mismo del precipicio. Consciente del milagro, bajó del animal y des-cendió de la roca, arrastrándose entre la maleza. Encontró al ciervo muerto a la entrada de una profunda cueva. Dentro de ella descubrió una tumba con la inscripción, en piedra, del venerable ermitaño, Juan de Atarés. El cuerpo del santo penitente estaba sobre la tierra. Vendiendo toda su hacienda, construyó una pequeña casa y vino a vivir a este lugar, siguiendo el ejemplo del anacoreta».

En la parte inferior se encuentra la sala capitular donde Ramiro I presidía la asamblea del obispo, abad y prelados de Aragón.. Fue en este lugar donde adoptó Sancho III el Mayor de Navarra la resolución de introducir en la Península la reforma cluniacense. Gracias a la protección del monarca, dependieron de San Juan de la Peña sesenta y cinco monasterios y ciento veinteséis iglesias.

La cripta o iglesia primitiva, de forma rec-tangular, fue construida bajo el reinado de Sancho Garcés I (905-925). Esta dividida por columnas sobre las que descansan arcos de herradura y, a modo de bóveda, la gigantesca peña en la que se empotra la iglesia. Desde la cripta se pasa al Panteón Real, donde fue-ron enterrados los primeros monarcas del reino. Cruzando una puerta, con arco de herradura, se sale al claustro, donde, de nuevo, la inmensa mole de piedra semeja sos-tenida sobre los arcos románicoS que descan-san en capiteles ricamente labrados en los que se describe la historia religiosa de la Sal-vación, junto a temas de la vida social de los siglos XII y XIII. La parte más moderna del monasterio de San Juan de la Peña, recién restaurada, es de estilo barroco, correspon-diente al siglo XVIII, y fue destruida en plena invasión francesa por los soldados dé Suchet, en el año 1809.








El viejo Camino

PARA RETOMAR EL TRAZADO ORIGINAL DEL CAMINO de Santiago, es necesario regresar hasta el punto en que nos desviamos, en el kilómetro 27 de la carretera. Aunque el camino primitivo está practicamente perdido, desde Jaca, los peregrinos seguían paralelos al río Aragón. Pasaban Santa Cilia de Jaca, un pequeño poblado que tuvo una ermita dedicada a Santiago, y llegaban a la hoy desaparecida Puente de la Reina, localidad de la antigua sede regia «Astorito», mencionada en el «Codex Calixtinus» como «Osturit». Allí confluyen los ríos Aragón y Subordán. A esta altura, la actual carretera y nuestro Camino cruzan a la orilla derecha del río Aragón, dejando a mano izquierda un ramal que conduce a Huesca y Zaragoza. A poco más de ocho kilómetros, llegamos al pintoresco poblado-fortaleza de Berdún, que se encuentra coronando una colina y que forma uno de los conjuntos urbanísticos más singulares de la ruta.

Poblado fortaleza de Berdún

Las casas del pueblo —monumento nacional— ocupan la totalidad de la colina desde la que se divisa el celebre Canal de Berdún que, desde Jaca, corre paralelo al Camino de Santiago.

Poco más allá de Berdún, en la confluencia de las provincias de Huesca y Zaragoza, se divisa la cola del extenso pantano de Yesa, denominado popularmente «Mar del Pirineo», que retiene las aguas del río Aragón. La cons-trucción de esta gigantesca obra hidraúlica ha sepultado varios kilómetros del primitivo trazado de la Ruta Jacobea, obligándonos a seguir la actual carretera que, en diversas oca-siones, cruza las aguas del pantano.

En un montículo, situado a la derecha, a la altura del kilómetro 312, se alza el fantasmagórico pueblo de Esco, totalmente abandonado, presidido por las ruinas de su castillo.


Pueblo abandonado de Esco


Tan sólo unas cuantas décadas atrás, antes de la construcción del pantano, hubiésemos podido comprobar la calidad de las aguas termales de Tiermas. Unas termas romanas de las que da buena cuenta el «Códice Calixtinus» al mencionar esta localidad «donde hay baños reales, cuyas aguas están siempre calientes». Aunque las termas han quedado sepultadas por el agua, la vieja población de Tiermas se eleva, abandonada, sobre un montículo, imprimiéndole cierto patetismo al paisaje.





Navarra 

 

LA ETAPA DEL CAMINO APENAS DISCURRE UNOS 15 kilómetros por la provincia de Zaragoza, penetrando en Navarra cuando aún no hemos abandonado el pantano de Yesa, siendo ésta localidad el primer poblado de este territorio. Actualmente, Yesa es una villa moderna que el propio pantano ha conver-tido en localidad turística. Pero antes de llegar a Yesa, nuestro camino deja a la izquierda, desviado unos 500 metros, el importante monasterio de Leyre, uno de los núcleos impulsores de la Reconquista y visita inexcusable para los peregrinos a Santiago. Se trata de un antiguo cenobio benedictino, del siglo XI, con cripta y absides románicos, asentado sobre un primitivo templo visigótico, anterior al siglo VII, que fue arrasado por Almanzor.

La cripta consta de cuatro naves, separadas por tres arcadas paralelas, de capiteles de gran tamaño y de fustes de poca altura, sin basa, y apoyados directamente en la roca, lo que le da un aire ciertamente primitivo al conjunto románico. Los tres ábsides y la cabecera de la iglesia son también románicos, de mediados del siglo XI. De proporciones colo-sales es la nave románica, aunque la bóveda es gótica, del siglo XIV. La antigua Sala Capitular sirve de panteón a los primeros reyes de Navarra.

Dentro del denominado estilo de la peregrinación, del siglo XII, es la portada de occidente, denominada «Porta Spaciosa». Se trata de una gran portada abocinada, de proporciones armoniosas, que reune en su escultura toda la fantasía del románico, incluidas mag-níficas representaciones de las virtudes y de los vicios mundanos. Se atribuye su construc-ción al maestro galo Esteban, autor de la fachada de las Platerías de la basílica com-postelana.

Para todos los investigadores, el mérito fundamental de Leyre consiste en ser el prototipo de las grandes construcciones románicas del siglo XI, puesto que cuando el templo fue consagrado, en al año de 1057, ni la seo de Jaca, ni las iglesias de San Martín de Frómista, ni san Isidoro de León, ni siquiera la catedral de Santiago habían sido construidas.

Tras la desamortización de Mendizábal, en el primer tercio del siglo XIX, el monasterio permaneció abandonado durante más de cien años, hasta que, a mediados de los años cincuenta, la Diputación navarra emprendió la restauración del conjunto, devolviendo el monasterio a la comunidad benedictina de San Pedro de Solesmes. Estos mismos monjes se encargaron de rematar las obras de adecuación del monumento. Actualmente, los cantos gregorianos resuenan en las antiguas naves, constituyendo por sí mismo un espectáculo que ningún peregrino debe perderse.



La leyenda de Virila


EN LOS CONTORNOS DE LEYRE SE SITUA LA leyenda del abad San Virila. El monje, acuciado por las dudas de su fe, se perdió un día por la sierra cercana y se extasió escuchando el canto de un ruiseñor. Cuando intentó volver al monasterio se encontró totalmente desorientado. Todo había cambiado, incluso los senderos. Ni el portero, ni los monjes del convento conocían la identidad de aquel hombre que decía ser el titular de la abadía. Por fin, revolviendo legajos de documentos, averiguaron que un abad del mismo nombre había desaparecido sin dejar rastro. El canto del ruiseñor había durado nada menos que trescientos años, el tiempo suficiente para recobrar la firmeza en sus creencias.

Más allá de la leyenda, Virila fue un personaje de carne y hueso. Había nacido en el cercano poblado de Tiermas, ingresó muy joven en el monasterio y sucedió en la dignidad de abad a Sancho Gentúlez. Se sabe que en el año 928 asiste como testigo a un pleito entre los pueblos de Benasca y Cartamesas, en la sierra de Leyre. Virila pasó gran parte de su vida en Galicia, a donde fue enviado por el rey de Navarra para cumplir una súplica del rey leonés, Ordoño II, que deseaba restaurar el monasterio de San Julián de Samos. El abad quiso morir en su lugar de origen y regresó a Leyre decenas de años después, cuando ya nadie se acordaba de él y tanto el personal como la edificación habían cam-biado notablemente. Esto explicaría, sin duda, el origen de una de las leyendas más poéticas de la Edad Media.

Lo cierto es que el culto a Virila comienza tras su muerte y, desde 1725, el santo tiene altar propio en el templo, hasta el punto que el traslado de sus reliquias a la catedral de Pamplona, en el siglo XIX, provocó largos pleitos entre los vecinos de Tiermas y el obispo de Pamplona, llegándose al acuerdo de que Tiermas se quedaría con el arca en que se guardaban las reliquias, pero éstas seguirían en Pamplona.

La mayor parte de los peregrinos, después de su visita al monasterio de Leyre, abandonaban el itinerario marcado por el «Códice Calixtino» para dirigirse a Sangüesa. Para ello, hoy como antaño, es preciso cruzar el río Aragón, dejando a mano derecha los restos del viejo puente románico que servía de paso a los romeros y del que, semihundidos, ape-nas se conservan los cimientos, habiendo desaparecido, igualmente, los casi cuatro kiló-metros del primitivo trazado del camino. Una ruta que actualmente pasa pegada al castillo de Javier, importante foco espiritual de Navarra, pero que nada tiene que ver con la tradición jacobea.




Sangüesa

CIUDAD PEQUEÑA Y MEDIEVAL, SANGÜESA ES AUN actualmente un núcleo monumental de gran importancia, con buen número de palacios, casas señoriales, iglesias, vestigios de las antiguas murallas y, sobre todo, el edificio de Santa María la Real. Situada mismo a la entrada de la población, está considerada la iglesia de mayor valor artístico de Navarra, y posee una interesante torre octogonal, con una impresionante fachada románica, del siglo XI, preñada de figuras entre las que des-taca una imagen de Judas ahorcado, así corno la del apóstol Santiago, colocado al lado derecho de la Virgen. En la parte superior dere-cha, aparece el guerrero Sigurd dando muerte al dragón Dafner. En el templo, que estuvo dotado de tres naves desiguales en tamaño, con ábsides semicirculares que todavía se conservan, se venera a Nuestra Señora de Rocamador. En la iglesia de Santiago, una imagen del Apóstol, graciosamente coloreada, posa con dos peregrinos arrodillados a sus pies.

Sangüesa nace, fruto de las peregrinaciones, gracias a los privilegios que le otorgan Sancho Ramírez y, posteriormente, Alfonso el Batallador (1122), que permitieron el asenta-miento de numerosos francos. Sorprende encontrarse en una población tan pequeña tal densidad de palacios y edificios de interés, entre los que destacan los palacios de Gra-nada (siglo XV) y Guendaláin (XVIII), practi-camente unidos entre sí, el Palacio del Ayun-tamiento (siglo XVI) y el palacio de la Enco-mienda, de estilo gótico civil, del Príncipe de Viana, o el barroco palacio del Marqués de Vallesantoro, utilizado actualmente como casa de la cultura. Los peregrinos que llegaban a Sangüesa recibían asilo en los Hospitales de la Magdalena y San Nicolás.

Desde Sangüesa, es preciso dirigirse hacia Liédena, donde se divisan las primeras vides de una ruta rica en vinos. Antes, el camino pasa por las proximidades de Rocaforte, pri-mitivo núcleo de Sangúesá, y sigue por el desfiladero de Foz de Lumbier, cruzando la ribera del Irate, que se salvaba antiguamente a través de un puente medieval, actualmente derruido, del que unicamente se conservan los arranques, situados a 15 metros del nivel del río. El llamado «puente del Diablo» fue dinamitado por los franceses en el año 1812.

El puente del diablo en la Foz de Lumbier


Muy cerca de este punto se encuentran las excavaciones de una antigua villa romana, situada entre la carretera y la margen izquierda del río Irate. Su construcción se sitúa entre los siglos I y IV, pudiéndose ver los muros de hasta medio centenar de habitaciones y otras dependencias de la antigua población romana de Liédena.

Nuestro Camino nos lleva ahora hacia Monreal, fin de la segunda etapa de la Vía Tolosona, haciéndose, primero, cuesta arriba para salvar el alto de Loiti, premiándonos, a continuación, con un ligero descenso hacia el pequeño poblado de Idocin, patria del guerrillero Espoz y Mina. Como en muchos otros lugares, la Ruta Jacobea atraviesa longitudinalmente el poblado, cuyo monumento más destacable es su pequeña iglesia ojival. Desde Idocín, el Camino seguía hacia Salinas y Mon-real, por un itinerario actualmente absorvido por una concentración parcelaria que no tuvo en cuenta las razones históricas, lo que nos obliga a circular por la carretera nacional, que deja a mano izquierda la también pequeña localidad de Salinas.

Pronto divisaremos ante nuestos ojos las nostálgicas ruinas del castillo de Monreal, localidad que Aymeric Picaud hace fin de etapa y a la que denomina en el «Códice Calixtinus» «Mons Reellus». La villa vivió épocas de esplendor gracias a los privilegios otorgados por García VI el Restaurador. Para aten-der a los peregrinos contó con varios hospitales y conserva, además de las ruinas de su castillo, la iglesia románica de San Martín y un puente medieval que sirve de acceso a la población.




Santiago magenitza Europa


El Camino de Santiago fue una ruta de peregrinación masiva, un auténtico movimiento de masas que movilizó a Europa durante casi un milenio. Entre doscientos y quinientos mil peregrinos anuales llegaron a contabilizarse en la Edad Media en dirección a Compostela, según los cálculos establecidos por la investigación de René de La Coste-Messeliére, en base a los datos de pernocta de los peregrinos en los numerosos hospitales que jalonaban la ruta. El testimonio del emir de los almorávides Alí Ben Yusuf, recogido en la Crónica Compostelana, resulta clarificador al respecto, cuando, con motivo de su viaje a Santiago, en el año 1121, asegura que «¡tanta es la multitud de los que van y vienen que apenas dejan libre la calzada que va a Occidente!». Seguro que el citado testimonio corresponde a la época estival, en la que, escapando de los rigores del invierno, la concurrencia de peregrinos se multiplicaba, hasta el punto de que hospitales como el Real de Burgos agotaban sus dos mil plazas de capacidad y la ciudad de Santiago recibía mil romeros cada día. Santiago relegó pronto a Roma y Jerusalén, convirtiéndose en el primer centro de peregrinación de Occidente, hasta el punto de que los musulmanes lo equiparan a La Meca de los Cristianos y que Dante, en su obra «La vida nueva», llega a decir que la peregrinación por antonomasia era la que conducía a Santiago: «no se entiende por peregrino sino aquél que va a la tumba de Santiago, o vuelve«. Estos mismos testimonios dan idea de la internacionalización de un fenómeno, como el jacobeo, que condujo hacia un mismo lugar a franceses, flamencos, alemanes, ingleses, italianos, polacos, escandinavos, griegos o estonios, además de los procedentes de la Península Ibérica, portugueses y españoles. Ocasionalmente, las referencias históricas aluden a la llegada a Santiago de peregrinos de otros continentes, como un etiope y dos armenios que alcanzaron Compostela en el siglo XV. Si variadas eran las lenguas que se daban cita en la Ruta Jacobea, más variopintas eran las clases sociales que se unían en el camino de una peregrinación que tenía el mismo largo trayecto para reyes y plebellos, para obispos y monjes, para emperadores y soldados, para ricos y para pobres. Aunque unos fuesen a caballo y otros caminando, aunque algunos viajasen acompañados de grandes séquitos, con sirvientes y juglares, y otros tuviesen que caminar y mendigar alimentos. Peregrinar es un acontecimiento religioso, en una época histórica en la que se impone tocar las múltiples reliquias, pero no exclusivamente, máxime cuando se viaja al fin del mundo conocido, al telúrico «Finisterre» gallego, y la peregrinación es al mismo tiempo un buen ,sálvaconducto para la realización de cualquier intercambio comercial o un terreno abonado para la aventura. Los protagonistas de esta aventura de la peregrinación coincidían en el Camino de Santiago por motivos bien distintos: Había quienes caminaban voluntariamente a Santiago como penitencia, para expiar sus culpas o para pedir un favor especial; los que cumplían una peregrinación obligatoria», impuesta como penitencia por los pecados e incluso mandada por la autoridad civil como pena por algún delito cometido; y los que efectuaban una 'peregrinación delegada», en representación de una ciudad o una comunidad religiosa, sin olvidar la «peregrinación alquilada», protagonizada por auténticos «profesionales» de la peregrinación que cobraban para hacer el sacrificio del camino en nombre de otro, muchas veces de un muerto que lo deja escrito en su testamento, como hizo en 1346 un feligrés de San Cernín, en Pamplona, llamado Flaudin. La reina de Navarra, Doña Juana, esposa de Carlos II, envió reiteradamente a Compostela peregrinos de pago portando cirios para iluminar el altar del Apóstol. París, Vezelay, Le Puy, Arles, recogían las principales corrientes de peregrinación europea y, en esos puntos, como a lo largo de todo el recorrido, se les informaba a los romeros de los peligros de la ruta, pero también de la infraestructura de acogida, alojamientos camino de santiago, desarrollada a lo largo de todo su trayecto. El peregrino que viajaba debidamente documentado e identi-ficado con la idumentaria jacobea, a pesar de los abusos que se producían, gozaba de protección jurídica, hasta el punto de gozar de los mismos derechos de los naturales del país y estar libre de portes y de tasas por caballerías y equipajes. Tenía derecho a comprar las mercancías al mismo precio que los lugareños del mercado, se perseguía a quienes le engañasen en pesos y medidas,y el bandolerismo y el robo a los peregrinos se penaba con la horca y el descuartizamiento. Hasta en lo religioso, el Papa Calixto II castigó en el Concilio de Letrán, en 1123, con la pena de excomunión a los autores de los robos perpetrados contra los romeros. En el camino confluyen aventureros, literatos, caballeros, artesanos, comerciantes, juglares, maestros constructores, penitentes y ladrones que, a lo largo de los siglos, han dejado un poso cultural imborrable, constituyendo el primer razonamiento para la articulación de la actual Europa. Esto es lo que nos ha quedado de una ruta que, aunque residual, todavía esta viva como consecuencia de ese extraño magnetismo que movilizó a Europa hacia un apartado lugar de Galicia.


La Foz de Lumbier y el puente del diablo







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