Camino Aragonés III, de Monreal a Puente la Reina

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De Monreal a Puente la Reina, donde los caminos se hacen uno.

Camino aragonés, de Monreal a Puente la Reina


QUIENES, SIGUIENDO LA VIA TOLOSANA, AFRONTEN la tercera etapa del Camino de Santiago, establecida por Aymeric Picaud entre las localidades navarras de Monreal y Puente la Reina, se unirán en ésta última población a la que, a partir del siglo XII, se constituye en vena principal de la Ruta Jacobea y que atraviesa los Pirineos por el mítico paso de Roncesvalles. Desde Monreal, dejando atrás su famoso puente gótico sobre el río Elorz,




Calzada romana sobre el río Elorz en Monreal


afrontamos el tramo final del camino Tolosano, en una etapa de tan sólo 24 kilómetros, con la incertidumbre de saber si pisamos o no las milenarias piedras del histórico camino. Estamos convencidos de que, al menos, la mitad del trazado de la corta etapa no se corresponde con el primitivo trazado, por lo que los aproximadamente diez kilómetros que separan Monreal de Yárnoz debe-remos hacerlos en paralelo a la carretera nacional.

Abandonamos la población, recostada sobre la ladera oriental de la llamada Higa de Monreal, un característico cerro cónico estratégicamente coronado, a una altitud de 1.289 metros, por el castillo de MonteReal, que dio nombre a la población, y hoy por la ermita de Santa Bárbara, desde la que se puede admirar casi toda la cuenca de Pamplona, incluida la propia capital navarra. Para quienes lo quie-ran realizar, el ascenso a la cumbre es franca-
mente duro y una auténtica penitencia para quienes acuden a la romería que se celebra anualmente en honor de la santa.


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Después de dejar a nuestra izquierda las pequeñas localidades de Yarnoz, Otano, con un bello puente medieval, y Ezperun, por las que debió pasar la primitiva ruta, poco antes del actual cruce con la autopista Madrid-Pam-plona, que deberemos atravesar bajo un túnel, abandonamos la carretera, dirigiéndo-nos hacia Campanas, por la localidad de Tiebas, donde apreciaremos las ruinas de un pequeño castillo y, casi enfrente, un pequeño templo gótico. La fortaleza de Tiebas fue levantada por Teobaldo I, en el siglo XIII y derruida trescientos años después. En Ventas de Campanas, un poblado totalmente nuevo, sin el más mínimo resto del paso de las peregrinaciones, convertido en un importante nudo de comunicaciones, el Camino vuelve a cruzar la carretera nacional y la línea del ferrocarril, enfilando hacia Eneriz, por un bonito valle dominado ya por los viñedos, cuyo afamado producto de la tierra se ofrece en la vecina localidad de Campanas.


Eunate

A LA ALTURA DE ENERIZ, POCO ANTES DE LLEGAR al cementerio del pueblo, es obligado dejar la carretera que conduce a Puente la Reina para visitar Eunate, cuyo templo singu-lar se divisa a lo lejos. El monumento se encuentra totalmente aislado, lo que realza su misteriosa configuración. Para acercarnos a él debemos tomar, a mano izquierda, un estre-cho camino sin asfaltar que, mediante un minúsculo puentecillo, cruza el río Robo, en el municipio de Muruzabal. La iglesia de Eunate es un templo funerario de estilo romá-nico y de planta octogonal, de tipo templario, imitación del Santo Sepulcro de Jerusalén. Está rodeada de una serie de arcos exentos que realzan este insólito templo navarro, en perfecto estado de restauración. Al parecer, existió en el lugar un hospital dependiente de San Juan de Jerusalén, en el siglo XIII, así como un cementerio para peregrinos jacobeos.

Iglesia octogonal de Eunate




Obanos

CAMINO DE PUENTE LA REINA SE ENCUENTRA Obanos, preciosa localidad de extraordinario encanto jacobeo. Los caseríos de Obanos se aprecian ya desde Eunate, situados sobre una pequeña colina en cuya cúspide se ubica la espléndida plaza del pueblo. Para penetrar en el recinto, al que se asciende por una ligera pendiente, es necesario atravesar una gran arcada, próxima al viejo hospital de peregrinos. Obanos, localidad practicamente unida a Puente la Reina, es en realidad, antes de la formación del moderno poblado, el nudo de comunicaciones en el que se unían los dos ramales pirenáicos del Camino de Santiago, el que seguimos desde Somport y el procedente de Roncesvalles. El punto de unión de ambas rutas está marcado por la Iglesia de San Salvador, muy próxima al actual frontón del pueblo.

En esta pequeña localidad, que fue sede de los Infanzones de Obanos, organización creada para poner freno a los excesos del poder real, la vigencia de la peregrinación es tan fuerte que, cada verano, en la segunda quincena de agosto, se viene realizando en la gran plaza del pueblo el llamado «Misterio de Obanos», representación plástica de lo que fue el Camino de Santiago. Hasta hace pocos años todavía era posible conversar con el autor de este moderno auto sacramental, el cura Santos Bereguistáin, que recrea en este texto la leyenda de la princesa aquitana Felicia. Según la leyenda, la princesa decide abandonar el mundo a la vuelta de su peregrinación a Compostela. Enterado de la decisión, es su propio hermano Guillermo quien mata a la princesa en un arrebato de ira tras intentar disuadirla. Arrepentido, Guillermo peregrina como criminal a Compostela de donde regresa santificado.

Los restos del príncipe Guillermo reposan en la cercana ermita de Arnotegui. En este mismo lugar, cada Jueves de Pascua, se cele-bra en la iglesia la ceremonia de pasar el vino y el agua por la cabeza del santo. El cuerpo de la princesa Felicia descansa, por su parte, en la localidad navarra de Labiano.
Doña Mayor mandó levantar el mejor puente del Camino para facilitar el paso de los peregrinos.


Puente la Reina 

Puente la Reina ojo central


(«Desde aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno sólo...») «Códice Calixtinus». ABANDONAMOS OBANOS Y NOS DIRIGIMOS HACIA la vecina Puente la Reina, situada a menos de dos kilómetros, el punto final de la tercera etapa de la Vía Tolosana. En Puente la Reina desembocan, además del camino que venía por Somport, el de Roncesvalles, así como el de Cataluña y Zaragoza, constitu-yendo, por tanto, un importante nudo de comunicaciones. Quizás el principal núcleo de paso de la Europa medieval, a partir del cual el número de peregrinos en ruta se incrementaba notablemente formando, en ocasiones, una auténtica riada humana hacia Compostela. En el siglo XI se le conoce con los nom-bres de Ponte de Arada o Ponte Regina, atri-buyéndosele la construcción del puente a Doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor. De lo que no cabe ninguna duda es de que el puente fue levantado para facilitar el tránsito de los peregrinos y que la población se formó en el siglo XII, a raíz de los privilegios de Alfonso el Batallador. En el siglo XI existía una reducida comunidad de francos, instalada junto al río Arga, a la que el monarca otorgó hacia el año 1122 el denominado «fuero de Estella». Aquí se instalaron las principales órdenes relacionadas con la protección del peregrino y la ciudad comenzó a crecer apa-drinada por la protección real. El Camino penetra en Puente la Reina a través de la «Iglesia del Crucifijo», original construcción románica, unida al convento y hospital, del siglo XVIII, mediante una bóveda de crucería bajo la que se abre el abocinado pórtico de la iglesia, de archivoltas apuntadas y muy cargadas de decorado, rea-lizado hacia el siglo XIV. Debe su nombre a un singular crucifijo de origen renano, cla-vado sobre un tronco de árbol, en forma de Y. La elevación de sus brazos, la cabeza caida y las llagas del cuerpo le imprimen una serena majestad. El crucifijo puede verse en la capilla del lado del Evangelio.

"Ponte Regina" de Puente la Reina

El "Ponte Regina" facilitó el paso a millones de peregrinos. 


La edificación perteneció a un antiguo hospital de peregrinos regentado por los caballeros del Temple, hasta finales del siglo XV, y, más tarde, por los del Hospital. La Iglesia, del siglo XIII-XIV y el convento, del siglo XVIII

La pequeña población medieval, que actualmente apenas supera los 2.000 habitantes, está atravesada longitudinalmente por el Camino, que constituye su calle principal, en la cual está enclavada la «Iglesia de Santiago» —patrón de la localidad— del siglo XII, de cuya época conserva únicamente su portada abocinada. En el interior del templo se venera una imagen de Santiago peregrino, de incomparable exquisitez, conocido vulgarmente con el nombre de Beltza, que en vascuence significa «el negro», por haber sido descubierta llena de suciedad en el desván de la iglesia. La imagen, gótica, del siglo XIV, está hoy en día perfectamente restaurada, tras haber sido expuesta en varias muestras internacionales, como la belga «Europalia», y luce su policromía «estofada» en oro, en el interior del tem-plo, nada más atravesar la puerta principal. La vida de Santiago Apóstol está descrita en magníficos relieves en el altar mayor de la iglesia.

La Rúa de los Romeus o Rúa Mayor, guarda en las fachadas de sus casas todo el encanto de la vieja población, mientras el bullicio comercial de la calle nos sitúa en la realidad del siglo XX. Aproximadamente en la mitad de su trayecto, la calle se abre a la Plaza Mayor, centro social y comercial de la villa. Al finalizar la «Rúa de los Romeus», más allá de la bonita Plaza Mayor, es preciso atravesar el puente románico sobre el ría Arga para salir de la población.


El puente, construido en la primera mitad del siglo XI, dispone de seis arcos de medio punto a los que se añaden otros más pequeños, abiertos en los mismos pilares, que dan esbeltez y ligereza a uno de los más impor-tantes puentes del románico y, quizás, el más representativo de la ruta jacobea. Antiguamente, para vigilar el paso, el puente estaba flanqueado por dos torreones defensivos en sus extremos, de los que se conserva el que se abre a la Rúa Mayor.

En el centro del viaducto se levantaba antiguamente un templete en el que se cobijaba la Virgen del Puy, y que dio origen a una de las más impresionantes leyendas navarras: en repetidas ocasiones del siglo pasado, los puentesinos recibían con alegría y con festejos la llegada de un pajarillo, —«chori» en
vascuence—, que por espacio de varias horas se posaba junto a la Virgen y en la punta del pico subía agua del río para pulverizarla sobre el rostro de la Virgen y del Niño, acariciándolos seguidamente con sus alas abiertas. Los habitantes de Puente la Reina consideraban esto un buen presagio y aguardaban la llegada del «chori» con enorme expectación.




LA GUIA DE AYMERIC PICAUD

La experiencia y las impresiones personales de Aymeric Picaud, un monje cluniacense que, a mediados del siglo XII, recorrió a pie el Camino entre Francia y Santiago, recogiéndo sus viviencias en un manuscrito que, hacia el año 1160, entregó personalmente a la propia catedral compostelana, han convertido al «Códice Calixtinus» en uno de los más apasionantes libros de viajes y, quizás, en la primera guía turística del mundo. Se trata del primer y más importante testimonio escrito de una peregrinación a Santiago, un subgénero literario del que existen, al menos hasta el siglo XVIII, otros 73 manuscritos catalogados y estudiados, dispersos por las principales bibliotecas europeas. La Catedral compostelana tiene el privilegio de guardar en su archivo el manuscrito del «Calixtinus» del que existen otras copias posteriores. 

El «Liber peregrinationis» es en realidad el libro V del «Liber Sancto Jacobi» o «Códice Calixtinus», como se denomina habitualmente. Se trata de la obra de un clérigo que, al igual que la orden a la que pertenece, está claramente interesado en promover la peregrinación a Compostela, por lo que ofrece información minuciosa sobre los itinerarios a la tumba del Apóstol, los monumentos, los santuarios. Incluso da consejos morales, alerta a los caminantes sobre los peligros de la ruta, y no se priva de efectuar comentarios, casi siempre hirientes, sobre los pueblos y las gentes que acompañan al peregrino en su itinerario. La influencia cluniacense se revela especialmente en la orientación que da la «Guía» para visitar los santuarios de esta orden religiosa francesa a lo largo del Camino. 

El «Códice Calixtinus está atribuido al Papa Calixto II, principal impulsor de las peregrinaciones a Compostela, y se inicia con una carta apócrifa del propio Papa. Sin embargo no es descabellado pensar que la obra pudo haber sido encargada por el arzobispo Gelmírez a un clérigo francés y avalada, posteriormente, por el propio Papa. La obra, apasionante y cruda a la vez, movió a afirmar al inflexible cronista de Felipe II, Ambrosio de Morales, cuando tuvo oportunidad de examinar el códice en Compostela: ,,Quien quiera que fue el autor, puso allí cosas tan deshonestas y feas, que valiera harto mas no haberlo escrito. Yo le dige allí al Arzobispo Valtodano, que haya gloria, y a los Canonigos, para que no tuviesen alli aquello...». Afortunadamente, el clero compostelano pasó por alto la censura del secretario regio, para beneficio de la copiosa bibliografía jacobea, aunque cedió al consejo de Ambrosio de Morales de hacer borrar la «pagana inscripción» que figuraba en la primitiva lápida del sepulcro del Apóstol. Consta la «guia» de Aymeric Picaud de un «Sumario» y 11 capítulos, muy desiguales en extensión. En ella están perfectamente descritas las cuatro vías principales que desde el centro de Francia conducen a los Pirineos, para, una vez superada esta barrera física, unirse en una sola ruta hacia Compostela. El autor enumera cada una de las localidades por las que pasa, y los ríos que la cruzan, señalando la condición buena o mala de sus aguas y alimentos. Describe, como francés que se jacta de esta condición a su entender superior, su valoración de los pueblos que se encuentran en la ruta: Pictavenses, Gascones, Vascos, Navarros, Castellanos y Gallegos. Todo ello buscando la «verdad —dice— «..para que los peregrinos, con esta información, se preocupen de proveer a los gastos de viaje, cuando partan para Santiago» 

El capítulo I describe los itinerarios; en el II delimita las jornadas, que no se corresponden con el recorrido que puede hacer en un día un caminante; y en el III da cuenta de las villas del Camino de Santiago. Un mapa geográfico del siglo XII que, como veremos, no difiere mucho de la actualidad, aunque la grafía de los topónimos varíe ligeramente: «De Somport a Puente la Reina —cita—, éstas son las localidades que se encuentran en la ruta jacobea: la primera es Borce, al pie del monte, en la vertiente de Gascuña; viene luego, cruzada la cima del monte, el Hospital de Santa Cristina; después, Canfranc; a continuación Jaca; luego, Osturit; después, Tiermas con sus baños reales, que fluyen calientes constantemente. Luego Monreal, y finalmente se encuentra Puente la Reina». 

En cambio —añade—, en el Camino de Santiago que desde Port de Cize conduce a la basílica del santo en Galicia, se encuentran las siguientes localidades más importantes: en primer lugar, al pie del mismo monte de Cize y en la vertiente de Gascuña, está la villa de Saint-Michel, luego, pasada la cima del monte, se encuentra el Hospital de Roldan; luego, la villa de Roncesvalles; luego se encuentra Viscarret; después, Larrasoaña; luego, la ciudad de Pamplona; a continuación, Puente la Reina; después, Estella, fértil en buen pan y excelente vino, así como en carne y pescado, y abastecida de todo tipo de bienes». ,Vienen luego —continúa— Los Arcos, Logroño, Villarroya (¿?), la ciudad de Nájera, Santo Domingo, Redecilla, Belorado, Villafranca-Montes de Oca, Atapuerca, la ciudad de Burgos, Tardajos, Hornillos, Castrojeriz, el puente de Itero, Frómista y Carrión, que es una villa próspera y excelente, abundante en pan, vino, carne y todo tipo de productos. Viene luego Sahagún, pródigo en todo tipo de bienes, donde se encuentra el prado donde, se dice, que antaño reverdecieron las astas fulgurantes que los guerreros victoriosos habían hincado en la tierra, para gloria del Señor». «Viene luego Mansilla; después León, ciudad sede de la corte real, llena de todo tipo de bienes; luego está Orbigo, la ciudad de Astorga, Rabanal, por sobrenombre 'Cativo'; luego el puerto del monte Trago, Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos, después Villafranca, en la embocadura del valle del río Valcarce, y Castrosarracín; luego, Villaus; después, el puerto del monte Cebrero y en su cima el hospital; luego, Linares de Rey y Triacastela, en la falda del mismo monte, ya en Galicia, lugar donde los peregrinos cogen una piedra y la llevan hacia Castañeda, para obtener cal destinada a las obras de la basílica del Apóstol». «Vienen luego —concluye— San Miguel, Barbadelo, Puertomarín, Sala de la Reina, Palas de Rei, Lebureiro, Santiago de Boente, Castañeda, Vilanova, Ferreiros y a continuación Compostela, la excelsa ciudad del Apóstol, repleta de todo tipo de encantos, la ciudad que custodia los restos mortales de Santiago, motivo por el que está considerada como la más dichosa y excelsa de las ciudades de España».




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